11 de agosto de 2011

Un cacho de literatura

La gallina
(cuento)


Don Nicasio tenía una gallina y la gallina tenía un don, el don de la profecía. ¿Cómo lo sabía? Fácil. Era cuestión de hacerle al plumífero una pregunta acerca del futuro, y esperar a que ponga un huevo. Si el huevo era blanco, la respuesta a la pregunta era “sí”, si era colorado, la respuesta era “no”. Así de sencillo. Ya hacía siete años que el hombre poseía la gallina, la cual además de profeta parecía ser inmortal. Una extraña mezcla entre Matusalén y Casandra. Y así la llamaba Don Nicasio, Casandra, en honor a su extraño poder.

Los vecinos de la granja no dejaban de preguntarse cómo hacía el hombre para ganar todas las apuestas en las carreras de caballos. Caballo al que apostaba, caballo que salía ganador. Pero para el anciano señor todo se resolvía fácilmente:

- Casandra, gallina querida, ¿Ganará Centella la próxima carrera?

La gallina miraba al granjero, emitía su clásico sonido de gallina ponedora, y se acurrucaba a empollar la respuesta. Unos minutos más tarde el huevo aparecía entre sus patas augurando el porvenir. Don Nicasio nunca se había sorprendido con el curioso don de la gallina. Él creía, con fervor, que los animales son mucho más sabios que los humanos. Cuidaba al ave como si fuera parte de su familia. Jamás le faltaba alimento ni agua para beber. Solía bañarla periódicamente y cada tanto la dejaba dormir adentro al calor del fuego de la cocina. Don Nicasio nunca se había aprovechado del poder del plumífero animal. Sólo le gustaba alimentar el único vicio que tenía, las carreras de caballos. Sin embargo, un día, las cosas en la granja comenzaron a venir de mal en peor. Las sequías habían dejado a sus vacas y ovejas sin pasto para comer y sus cosechas se echaban a perder poco a poco. El pobre hombre había empezado a apostar cada vez más dinero en las carreras pero, no le alcanzaba para cubrir las pérdidas que le generaba el mal clima. Luego de mucho pensar, se le ocurrió una gran idea. Explotaría por un tiempo la capacidad adivinatoria de Casandra. Pondría un consultorio en su casa y cobraría una importante suma a aquellos que quisieran averiguar su futuro. Casandra era infalible. No podía fallar.
Así lo hizo. Seleccionó un cuarto vacío de su casa, acomodó dos sillas de mimbre y colocó un cajón de manzanas dentro del cual la ponedora engendraría la adivinación. Se encargó de hacer, con sus propias manos, un cartel que dijera: “Casandra adivina su futuro. Pase y vea”. Los curiosos no tardaron en llegar. La primera clienta cayó esa misma tarde.

- Gallinita, el bebé que va a dar a luz mi hija Rosaura ¿va a ser varoncito?

La gallina cacareó como era habitual y comenzó a empollar la respuesta. Al rato, un huevo blanco apareció entre la viruta. Unos días después la señora fue abuela de un lindo y rosado nietito varón. Con ese hecho, la fama de Casandra comenzó a crecer rápidamente.

Una semana más tarde la casa de Don Nicasio estaba abarrotada de gente. Los paisanos hacían fila, desde la mañana temprano, para ver a la gallina. Don Nicasio tuvo que empezar a entregar números de espera. Luego, comenzó a anotar en una lista los casos de urgencia para darles prioridad a un precio más elevado. Rápidamente, la fortuna del hombre empezó a crecer y el consultorio se vistió de lujo. Casandra atendía a los visitantes sentada en una fuente de porcelana china sobre una mesa de caoba. Las sillas de mimbre fueron retiradas. Ahora los clientes se recostaban plácidamente en uno de esos sillones que usan los psicólogos. Muchos salían llorando, otros reían a carcajadas o se jalaban de los cabellos. La casa de Don Nicasio estaba a un paso de convertirse en un loquero.

Cierto día, la gallina se enfermó. Se la veía muy desgastada. Había perdido peso y plumaje. Le costaba mucho trabajo poner un huevo, más del doble de tiempo que necesitaba antes. Tardaba horas y horas y los clientes se impacientaban y armaban alboroto. La gente se acumulaba en la casa de Don Nicasio. Ya no había silla que alcanzara ni número que bastara. La fila de gente que esperaba ser atendida llegaba hasta la tranquera del campo vecino. Pasados los días, la situación del ave se agravó. Un viernes por la tarde, luego de una semana de trabajo agotadora, la gallina puso un huevo bicolor, mitad blanco, mitad colorado. Atónitos, los clientes esperaron un segundo huevo normal. Sin embargo, el segundo huevo fue blanco con lunares. El tercero tuvo rayas, el cuarto fue amarillo, el quinto celeste, el sexto violeta y así sucesivamente. Casandra se encargó de conformar un extenso muestrario de huevos con características sin precedentes. Los curiosos se apresuraron a ir a ver con sus propios ojos los huevos multicolores. No faltó quien afirmara que el ave poseía poderes mágicos. La gente viajaba de todos lados para ver a la gallina. Le pedían salud, dinero, le hacían promesas a cambio de un milagro. Muchos llegaban a la granja de rodillas. Ciegos, sordos, tullidos, enfermos, indigentes, desvalidos, estafados, todos acudían a Casandra para solucionar sus males. La granja de Don Nicasio se fue convirtiendo en un santuario. Velas por un lado, flores por el otro, hasta vaciaban el bebedero de los caballos con tal de llevarse un poco de “agua bendita”. El pobre hombre ya no sabía qué hacer para que la gente lo dejara en paz. A toda hora golpeaban a su puerta, le traían regalos al ave, hacían procesiones, le dejaban maíz en la puerta y armaban alboroto cuando cacareaba.
Una mañana, como todos los días, Don Nicasio fue al establo a alimentar a sus animales. Al entrar, vio a la gallina corriendo en círculos alrededor de los últimos huevos de colores que había puesto. En el piso de tierra había quedado marcado un surco redondo. Inesperadamente, la gallina tomó impulso y se echó a volar. Voló y voló en círculos por todo el establo y luego salió hacia la tranquera de la granja. Pasó volando por encima de los congregados, dando vueltas y vueltas sobre sus cabezas. La gente observaba maravillada el espectáculo. Muchos levantaban sus manos y agradecían al cielo el milagro que les regalaba. Los feligreses se desesperaban por tocar a la gallina. Saltaban con las manos en alto para obtener al menos una pluma, cual reliquia sagrada. El sol de la mañana brilló con todo su fulgor cegando a los devotos y dorando el blanco plumaje del ave. Las pocas nubes que manchaban el cielo se disiparon, como corridas por una mano invisible. La gallina siguió volando y volando, con las alas extendidas, cada vez más alto, cada vez más lejos, hasta perderse en la inmensidad del cielo matutino.

 
Autora: Florencia Ciancio.


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2 comentarios:

Guillerminatl dijo...

emmm, iva a leer el cuento, pero...
Don Nicasio?
sos una hdp!
jajaja

Ardilla Rabiosa [Florencia Ciancio] dijo...

Perdón Guille!!! Jajajajajaja! Pero me cuadraba perfecto el nombre para este cuentooo!! Me muero de la risaaa!!