La gallina
(cuento)
Don
Nicasio tenía una gallina y la gallina tenía un don, el don de la profecía.
¿Cómo lo sabía? Fácil. Era cuestión de hacerle al plumífero una pregunta acerca
del futuro, y esperar a que ponga un huevo. Si el huevo era blanco, la
respuesta a la pregunta era “sí”, si era colorado, la respuesta era “no”. Así
de sencillo. Ya hacía siete años que el hombre poseía la gallina, la cual
además de profeta parecía ser inmortal. Una extraña mezcla entre Matusalén y
Casandra. Y así la llamaba Don Nicasio, Casandra, en honor a su extraño poder.
Los
vecinos de la granja no dejaban de preguntarse cómo hacía el hombre para ganar
todas las apuestas en las carreras de caballos. Caballo al que apostaba,
caballo que salía ganador. Pero para el anciano señor todo se resolvía
fácilmente:
-
Casandra, gallina querida, ¿Ganará Centella la próxima carrera?
La
gallina miraba al granjero, emitía su clásico sonido de gallina ponedora, y se
acurrucaba a empollar la respuesta. Unos minutos más tarde el huevo aparecía
entre sus patas augurando el porvenir. Don Nicasio nunca se había sorprendido
con el curioso don de la gallina. Él creía, con fervor, que los animales son
mucho más sabios que los humanos. Cuidaba al ave como si fuera parte de su
familia. Jamás le faltaba alimento ni agua para beber. Solía bañarla
periódicamente y cada tanto la dejaba dormir adentro al calor del fuego de la
cocina. Don Nicasio nunca se había aprovechado del poder del plumífero animal.
Sólo le gustaba alimentar el único vicio que tenía, las carreras de caballos.
Sin embargo, un día, las cosas en la granja comenzaron a venir de mal en peor.
Las sequías habían dejado a sus vacas y ovejas sin pasto para comer y sus
cosechas se echaban a perder poco a poco. El pobre hombre había empezado a
apostar cada vez más dinero en las carreras pero, no le alcanzaba para cubrir
las pérdidas que le generaba el mal clima. Luego de mucho pensar, se le ocurrió
una gran idea. Explotaría por un tiempo la capacidad adivinatoria de Casandra.
Pondría un consultorio en su casa y cobraría una importante suma a aquellos que
quisieran averiguar su futuro. Casandra era infalible. No podía fallar.
Así
lo hizo. Seleccionó un cuarto vacío de su casa, acomodó dos sillas de mimbre y colocó
un cajón de manzanas dentro del cual la ponedora engendraría la adivinación. Se
encargó de hacer, con sus propias manos, un cartel que dijera: “Casandra
adivina su futuro. Pase y vea”. Los curiosos no tardaron en llegar. La primera
clienta cayó esa misma tarde.
-
Gallinita, el bebé que va a dar a luz mi hija Rosaura ¿va a ser varoncito?
La
gallina cacareó como era habitual y comenzó a empollar la respuesta. Al rato,
un huevo blanco apareció entre la viruta. Unos días después la señora fue
abuela de un lindo y rosado nietito varón. Con ese hecho, la fama de Casandra
comenzó a crecer rápidamente.
Una
semana más tarde la casa de Don Nicasio estaba abarrotada de gente. Los
paisanos hacían fila, desde la mañana temprano, para ver a la gallina. Don
Nicasio tuvo que empezar a entregar números de espera. Luego, comenzó a anotar
en una lista los casos de urgencia para darles prioridad a un precio más
elevado. Rápidamente, la fortuna del hombre empezó a crecer y el consultorio se
vistió de lujo. Casandra atendía a los visitantes sentada en una fuente de porcelana
china sobre una mesa de caoba. Las sillas de mimbre fueron retiradas. Ahora los
clientes se recostaban plácidamente en uno de esos sillones que usan los
psicólogos. Muchos salían llorando, otros reían a carcajadas o se jalaban de
los cabellos. La casa de Don Nicasio estaba a un paso de convertirse en un
loquero.
Cierto
día, la gallina se enfermó. Se la veía muy desgastada. Había perdido peso y
plumaje. Le costaba mucho trabajo poner un huevo, más del doble de tiempo que
necesitaba antes. Tardaba horas y horas y los clientes se impacientaban y
armaban alboroto. La gente se acumulaba en la casa de Don Nicasio. Ya no había
silla que alcanzara ni número que bastara. La fila de gente que esperaba ser
atendida llegaba hasta la tranquera del campo vecino. Pasados los días, la
situación del ave se agravó. Un viernes por la tarde, luego de una semana de
trabajo agotadora, la gallina puso un huevo bicolor, mitad blanco, mitad
colorado. Atónitos, los clientes esperaron un segundo huevo normal. Sin
embargo, el segundo huevo fue blanco con lunares. El tercero tuvo rayas, el cuarto
fue amarillo, el quinto celeste, el sexto violeta y así sucesivamente. Casandra
se encargó de conformar un extenso muestrario de huevos con características sin
precedentes. Los curiosos se apresuraron a ir a ver con sus propios ojos los
huevos multicolores. No faltó quien afirmara que el ave poseía poderes mágicos.
La gente viajaba de todos lados para ver a la gallina. Le pedían salud, dinero,
le hacían promesas a cambio de un milagro. Muchos llegaban a la granja de
rodillas. Ciegos, sordos, tullidos, enfermos, indigentes, desvalidos,
estafados, todos acudían a Casandra para solucionar sus males. La granja de Don
Nicasio se fue convirtiendo en un santuario. Velas por un lado, flores por el
otro, hasta vaciaban el bebedero de los caballos con tal de llevarse un poco de
“agua bendita”. El pobre hombre ya no sabía qué hacer para que la gente lo
dejara en paz. A toda hora golpeaban a su puerta, le traían regalos al ave, hacían
procesiones, le dejaban maíz en la puerta y armaban alboroto cuando cacareaba.
Una
mañana, como todos los días, Don Nicasio fue al establo a alimentar a sus
animales. Al entrar, vio a la gallina corriendo en círculos alrededor de los
últimos huevos de colores que había puesto. En el piso de tierra había quedado
marcado un surco redondo. Inesperadamente, la gallina tomó impulso y se echó a volar.
Voló y voló en círculos por todo el establo y luego salió hacia la tranquera de
la granja. Pasó volando por encima de los congregados, dando vueltas y vueltas
sobre sus cabezas. La gente observaba maravillada el espectáculo. Muchos
levantaban sus manos y agradecían al cielo el milagro que les regalaba. Los
feligreses se desesperaban por tocar a la gallina. Saltaban con las manos en
alto para obtener al menos una pluma, cual reliquia sagrada. El sol de la
mañana brilló con todo su fulgor cegando a los devotos y dorando el blanco
plumaje del ave. Las pocas nubes que manchaban el cielo se disiparon, como
corridas por una mano invisible. La gallina siguió volando y volando, con las
alas extendidas, cada vez más alto, cada vez más lejos, hasta perderse en la
inmensidad del cielo matutino.
Autora: Florencia Ciancio.
2 comentarios:
emmm, iva a leer el cuento, pero...
Don Nicasio?
sos una hdp!
jajaja
Perdón Guille!!! Jajajajajaja! Pero me cuadraba perfecto el nombre para este cuentooo!! Me muero de la risaaa!!
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